EL PUEBLO ALEMÁN Y SU FÜHRER
El programa electoral de hoy se ha cumplido. A las cuatro menos cuarto
se oyó desde Essen la voz de mando para izar las banderas, y en todos los
edificios públicos y en todas las casas, más o menos Nacional-Socialistas,
izaron la bandera nacional. A las cuatro las sirenas de las fábricas y el
silbido de las locomotoras anunciaban estridentemente que el Führer iba a
hablar.
Las calles se vacían. Los comercios se cierran o no despachan. En los
cafés no se deja leer la Prensa. Alemania está subyugada por la palabra del Führer,
que vuelve a cumplir otro acto simbólico hablando desde la casa Krupp, el sitio
más indicado para hablar de una paz como la que Alemania ofrece ahora, que no
es la paz del débil, sino la del que se sabe apoyado en una fuerza real.
También Krupp es la paz, pero es la principal forja de armas de Alemania.
Como la situación internacional no ha cambiado en los últimos días, no
podía variar tampoco el contenido del discurso, que viene siendo el mismo en
estructura, tono y estilo desde que comenzó esta campaña electoral, a la que se
da carácter de plebiscito, que es, al fin y al cabo, el carácter que tienen
todas las elecciones en Alemania desde el Nacional-Socialismo.
El discurso consta invariablemente de los mismos elementos: diatriba
contra los partidos anteriores y el sistema; aparición del Nacional-Socialismo;
canto a la Democracia Nacional-Socialista; el Führer buscando el contacto con el
Pueblo (es la parte que pudiera llamarse de la transustanciación); Führer y Pueblo
hechos una y la misma cosa (en esta parte el discurso de hoy ha tenido aciertos
magníficos, que podría aprenderlos cualquier demócrata para levantar a las masas);
defensa del honor y de la paridad (lo cual, en abstracto, no inquieta a
Europa); resolución firmísima de no someterse y de no tratar más que de igual a
igual; repulsa de toda condena que no sea la del propio Pueblo (¿por qué tiene que
enjuiciarle el extranjero?); él no es responsable más que ante la nación, y la
nación es su juez, y a la nación se somete para que el día 29 diga si aprueba o
no su conducta.
Al decir esto, la aprobación de los obreros de Essen fue tan ardorosa,
que Hitler debió ver salir ya de las urnas el ciento por ciento que va buscando,
que seguramente encontraría si en las elecciones el alemán votase únicamente
como alemán. Porque, en último extremo, lo que Hitler le pregunta en este
plebiscito viene a ser:
“¿Estás conforme con que haya recuperado la soberanía de nuestro
territorio? Frente a nosotros hay párrafos de tratados e interpretaciones jurídicas,
pero yo he obrado en nombre de una moral eterna que ordena no considerar
existentes tratados arrancados a la fuerza.”
Y el alemán que ha izado la bandera a la voz de mando de Essen y el que
no la ha izado porque no quiere oír la voz de mando, aprueban una política que
en todos los pueblos de la tierra llevaría unánimemente a las urnas. Lo de la paz,
que se presenta en primer lugar, es secundario.
La paz sigue a la confirmación del acto del 7 de marzo. No hay motivos para creer que si
para mantenerla tuviese que rectificar Alemania, rectificaría.
García Díaz (La Vanguardia); Berlín, 27 de marzo de
1936.
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