Desde poco después de mediodía, Adolf Hitler es Canciller.
Rápida ha sido la decisión del Presidente Paul von Hindenburg, tan rápido como
no podía esperarse. Precisamente por esto, la ascensión de Hitler a la Cancillería
ha sido acogida con una mezcla de curiosidad y de sensación. Sensación a pesar
de que la candidatura de Hitler ofrecía las mayores probabilidades de éxito.
Podía esperarse que la ascensión de Hitler a la presidencia del Gobierno fuese
precedida de un mayor aparato.
La base del gabinete de Hitler reside además en que el Partido
Nacional-Socialista, el Ejército de los Cascos de Acero y el Partido Nacional Alemán de Hugenberg, están representados
en el Gobierno que acaba de formarse por sus tres Jefes: Adolf Hitler, Alfred Hugenberg
y Franz Seldte. En las fuerzas que acaudilla el Vicecanciller Franz von Papen,
no creemos necesario insistir, como tampoco en los poderosos círculos, que al
lado de su propio Partido constituyen el apoyo de Hitler.
Están pues, representadas en el Gobierno Hitler-von Papen
las dos fuerzas: industrial y agraria, cuyas disidencias han sido una causa de
peso en todos los últimos acontecimientos políticos. Las discrepancias que hasta
ahora se habían ido planteando en las Cámaras presidenciales, es de suponer que
se desplacen al seno mismo del Gobierno, ya que el antagonismo de intereses
entre los dos poderosos grupos, naturalmente no desaparece.
Las condiciones en que la colaboración gubernamental ha
sido acordada son al presente desconocidas, como desconocidos son los proyectos
y los propósitos del nuevo Gobierno, que cuenta con una amplia base de fuerza,
con la base de masas atribuibles al Partido Nacional-Socialista. No cuenta por ahora
con una mayoría parlamentaria, ni desde luego con la adhesión popular que
podría justificar la disolución por tiempo indefinido del Reichstag.
Para la formación de una mayoría parlamentaria necesita
el Gobierno todavía la adhesión del Centro Católico y del Partido Popular Bávaro.
En este sentido ha comenzado esta tarde Hitler sus conversaciones oficiales con
los representantes de ambas organizaciones. El Centro Católico no se muestra
dispuesto a una colaboración antes de ser conocida públicamente la declaración
gubernamental, manifestando en todo momento su decisión de actuar con pies de
plomo. En el caso de que el Centro se una a los partidos de oposición y vote la
moción de desconfianza presentada por los Comunistas en la próxima reunión del
Reichstag, si el Reichstag llega a reunirse, la situación del Gobierno será
desesperada; tendrá que decidir entre una nueva disolución del Reichstag y la
convocatoria de nuevas elecciones, o la ruptura definitiva con la Constitución,
prescindiendo ilimitadamente de la corporación legislativa.
Previendo este último caso, la prensa Nacionalista se
curó en sano prediciendo desde hace tiempo la disolución indefinida del Reichstag.
En ambos casos, para Hitler y su movimiento, es este un momento decisivo, en el
que va a constatarse la distancia que existe entre sus palabras y sus hechos,
entre su programa y su obra de Gobierno. Siempre podrá alegar que no asume
plenamente el poder y que a una colaboración no puede llevarse un programa
cerrado, pero cuando a la colaboración se sacrifican los más elementales principios
en beneficio de los principios antagónicos sustentados por los colaboradores, la
justificación no es posible, y si Hitler no actúa con insólita habilidad, el castillo
construido en la arena acabará por desmoronarse totalmente.
El júbilo con que los Nacional-Socialistas han acogido el
triunfo del Führer, dice mucho del entusiasmo con que han sido recibidos otros
éxitos en el apogeo del Partido.
‘Der Angriff’, órgano del Nacional-Socialismo, saluda al
Mariscal Hindenburg que hoy ‘se ha fundido con la juventud alemana, reincorporándose
al auténtico Pueblo alemán’, e invita al Berlín germánico a que cuelgue en sus
balcones la bandera roja de la cruz gamada; pero no se ha manifestado tampoco un
gran entusiasmo de banderas. En los barrios obreros existe animación
extraordinaria, en general desfavorable a la resolución de la crisis. De
numerosos y nutridos grupos sale la palabra ‘huelga’ en caso de que se suspenda
indefinidamente el Reichstag. La situación está preñada de acontecimientos.
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