"El
artículo que se reproduce a continuación es producto de la opinión pública que
se tenía a la llegada reciente del Nacional-Socialismo al poder en Alemania,
aunado a la incertidumbre y desconfianza internacional que reinaba posterior a
la Primera Guerra Mundial. Para esta fecha el Proyecto Social NS aún era
desconocido para todos."
La segunda de las tres causas de la crisis en Alemania, expuesta por el Ministro de Hacienda del Reich, Schwerin von Krosigk, es “la pérdida de capitales a causa de la inflación”.
Quiere decir el autor que la inflación de la circulación
fiduciaria desvalorando la moneda hasta reducir el valor del marco a cero,
desvaneció muchos capitales, “capitales perdidos”, arruinando a sus poseedores,
lo cual ha contribuido a la crisis. ¿Es más verdadera esta causa que la pérdida
de la guerra?
Los Estados Unidos no sufrieron “inflación” y padecen
crisis. Inglaterra revaloró la libra, y la crisis la acongoja: experimentó un
alivio precisamente al abandonar el patrón oro, esto es, al comenzar de nuevo
la inflación. Francia llegó al extremo de su inflación en 1926, y precisamente
entonces comenzó su florecimiento; y en 1929 llevaba tres años de normalidad
monetaria, y entonces se inició su crisis. Alemania misma tuvo períodos de
vigor después de aniquilado el marco; y se hunde económicamente al cabo de unos
años de moneda estable. Los hechos no concuerdan, pues, con la hipótesis.
Pero la razón fundamental contra la exactitud de esa causa
es que la desvalorización de la moneda no destruye capitales, y por tanto, no
puede influir, por este motivo, en la crisis, aunque por otros caminos, coopere
a agravarla o aliviarla, puesto que sus influjos son múltiples y contradictores.
Los errores de esa afirmación son dos: Primero, qué es capital o capitales, y
segundo, qué efectos produce sobre ellos la desvalorización de la moneda.
El dinero no es capital. Lo es en el lenguaje corriente;
y lo decimos en las conversaciones vulgares. Pero en el estudio técnico de un
problema como la crisis, no podemos admitir esa identificación por analogía.
Discurriríamos con datos equivocados, con fichas falsas, y llegaríamos a consecuencias
disparatadas.
El capital verdadero, real, efectivo, la riqueza aplicada
a la producción de más riqueza. Son capital, las casas, las máquinas, los
buques, las herramientas, toda la riqueza que no dedicamos directamente al
consumo. Ese capital, en cuanto su posesión nos ahorra el esfuerzo de crearlo,
tiene un valor. Y ese valor se mide con la moneda. La moneda, idealmente, es
una simple medida de ese valor. Materialmente, es el título acreditativo de nuestro
derecho a exigir en el mercado social riquezas por determinado valor, esto es:
“poder de compra” en el mercado social donde la moneda circula.
Son pues, dos cosas distintas el capital y la moneda con
que se mide su valor. La “inflación” no reduce el poder de compra en el mercado
social; ni disminuye, antes bien aumenta, la cantidad de moneda material circulante.
Lo que achica es la dimensión de la medida utilizada para medir el valor. Pero
si la medida baja, lo medido sube. Si una máquina o un edificio valía cien mil
marcos, al bajar la dimensión del marco a la mitad, el valor del edificio o de
la máquina subió al doble. No se había perdido ni una brizna del capital. La
inflación no destruye la parte más mínima de los capitales existentes. Como la
reducción del metro a la mitad de su dimensión, no acorta un centímetro las
carreteras existentes; sencillamente, aparecerían éstas en la contabilidad de
longitudes con doble número de metros.
Esto debía saberlo un Ministro de Hacienda del Reich.
Como también los efectos de la desvalorización.
Cuando la moneda de un país se deprecia, el país en su
conjunto, ni pierde ni gana, salvo por lo que se refiere a sus deudas exteriores
pagaderas en moneda nacional. Pierden los ciudadanos que deben cobrar; y ganan
los que tenían que pagar; pero como la nación abarca a los perdidosos y a los
gananciosos, para ella las cosas siguen lo mismo; no ha habido mudanza en la
cantidad de riqueza existente, sino en su distribución. En cambio, cuando el
país debe al extranjero sumas pagaderas en moneda nacional (y este fue el caso
de Alemania, país sobre el que los extranjeros compraron cuantiosos créditos en
marcos pagándolos con mercancías efectivas), la desvalorización de la moneda disminuye
las deudas contraídas, hasta volatilizarlas cuando el mayor de la moneda
desaparece. Es cosa que sabían bien los reyes que alteraban el valor de la
moneda y contra lo que tomaban medidas que figuran en nuestros repertorios
legislativos.
Así, la inflación en Alemania, lejos de destruir
capitales, conservó en manos alemanas riquezas que justamente pertenecían a
extranjeros que las habían comprado con moneda sana. Favoreció a Alemania impidiendo
que se empobreciera más; libró su tesoro de muchas deudas, y a las industrias
particulares de muchas cargas. Por eso tuvo después Alemania, algunos años de
vigor económico. La favoreció, además, aumentando la potencia, adquisitiva de
los productores, y disminuyendo el valor intrínseco de las cargas parásitas, achicadas
al compás de la disminución del valor de la moneda en que se cifraban; y esa
reducción de cargas equitativas a una baja efectiva de los costes de
producción.
La inflación no ha traído en Alemania la crisis
económica. Entre aquella y ésta se intercala un período de relativa prosperidad
que sería inexplicable e incomprensible de admitir la tesis del Ministro
alemán. Antes al contrario, la inflación conjuró la primera crisis y retrasó la
segunda.
Si no recogió Alemania todos los frutos de aquella
gigantesca cancelación de sus deudas, que libró de cargas su mecanismo productor,
fue por la equivocada política económica seguida durante aquellos años y
subsistente hoy. Clara y concretamente examinada está por Karl Stenermann, en su
precioso libro “La crisis económica mundial”, siquiera el prejuicio Socialista del
autor vicie sus conclusiones. Esa política fue de favor para las rentas y las
ganancias de monopolio. Esto es: al mismo tiempo que se disipaban unas cargas de
la producción, aumentaban otras; mientras la producción recibía el estímulo de
aquel alivio, tropezaba con el freno que las mayores rentas y los aumentados monopolios
significaban. Fueron los gobernantes alemanes los que prepararon la segunda
crisis; y ahora la agravan. Como son los gobernantes españoles los que crearon,
en su mayor parte, nuestra crisis y ahora la sostienen.
Porque las crisis no son resultado ineluctable de un
mandato divino; sino consecuencia de los errores económicos de los gobiernos; y
las medidas acertadas las pueden conjurar.
Baldomero Argente; Marzo de 1933.
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