La realidad de la tensión internacional es perceptible en
Francia no tan sólo en los sectores políticos y en los comentarios de la prensa,
sino también en las conversaciones familiares. Existe el sentimiento arraigado
de que la amenaza de conflicto es más inminente que nunca, y se piensa que la
evolución de la Política Alemana constituye un peligro positivo que sería imprudente
negar o no asignarle el volumen exacto que revelan los hechos.
Pero además de la angustiosa incertidumbre que crea el
actual régimen de Alemania; existe la preocupación de Italia. Las relaciones
franco-italianas no han entrado todavía en esa fase de comprensión por la que
formulan votos los partidarios de un acercamiento sincero a base de
explicaciones francas y de actos que no inspiren suspicacia. La instauración en
Alemania del Régimen Hitlerista, imitación deliberada del modelo italiano,
autoriza a pensar en una inteligencia entre Berlín y Roma y en una acción
conjunta que tienda a la revisión de los tratados y a la defensa de ciertas
reivindicaciones que, de ser otorgadas, modificarían sensiblemente el actual
estatuto europeo.
Ante el malestar creciente, aumentado por la actividad de
algunas secciones Nazis en la zona desmilitarizada del Rin, es natural que se
multipliquen las tentativas de acción pacifista y las investigaciones para
descubrir la fórmula que proporcione el deseado sosiego. La visita del Primer Ministro
británico a Roma y sus entrevistas con el Jefe del Gobierno italiano, es en
este orden de cosas, el hecho más saliente de las últimas semanas.
El viaje del Señor Mac Donald a la ciudad del Tíber ha
sido interpretado por la prensa transalpina como un triunfo radiante del “Duce”
y como una consagración solemne del Fascismo. En Francia el anuncio del
desplazamiento no suscitó las críticas que podían esperarse. A través de las
gacetas londinenses se vislumbraba el verdadero sentido del viaje del Señor Mac
Donald. El Primer Ministro británico quería sondear con toda la exactitud
posible el pensamiento del Jefe del Gobierno italiano, sus intenciones, su
disposición anímica en lo que se refiere a la revisión de los tratados y sus
perspectivas de acción paralela con el Canciller del Reich. El Señor Mac Donald
aspiraba a reducir el antagonismo violento y extremadamente peligroso entre el bloque
ítalo-germano-húngaro y el núcleo integrado por Francia, Polonia y la “Pequeña
Entente”.
Las conversaciones de Roma han terminado con “un acuerdo
de principio”. El Señor Mussolini ha presentado un proyecto de pacto y de
inteligencia entre las cuatro grandes potencias europeas, que a juicio del
dictador italiano, ha de asegurar la paz durante un mínimo de diez años. ¿Cuál
ha sido la reacción de Francia ante la proposición del Señor Mussolini, que
demuestra poseer un innegable espíritu de iniciativa y una consecuencia en Política
Exterior, que le reconocen hasta sus más enconados enemigos?
En Francia se observa una prudencia estricta y una
atención sostenida. Las conversaciones entre los señores Mac Donald y Sir John
Simon de una parte, y los señores Daladier y Paul-Boncour de otra, han
permitido examinar el proyecto del Señor Mussolini desde algunos ángulos no utilizados
en Roma. El desvío que revela el plan del “Duce” por la influencia de Ginebra y
su omisión de los intereses de Polonia y de la “Pequeña Entente”, países unidos
a Francia por las cláusulas de diversos tratados, no incitan a una acogida cordial.
La idea del “Club de la Paz”, integrado por las cuatro grandes potencias, crea
corrientes optimistas en Italia e Inglaterra. Francia no se inclina al
pesimismo: pero tampoco se deja llevar por una visión favorable de los
problemas.
Los círculos más autorizados de la opinión creen
discernir, en la proposición italiana, un sentido oculto de maniobra y de segunda
intención que tienden, en suma, al aislamiento de Francia. Hay motivos fundamentales
para pensar que el Gobierno francés no otorgará su adhesión al proyecto de
pacto formulado por el Señor Mussolini, a no ser que sufra modificaciones profundas
que alteren casi por completo su fisonomía inicial. La opinión, dividida en el
detalle, presenta unanimidad y coherencia en el principio ya afirmado, en
diversas ocasiones, de que el reajuste de los problemas europeos debe
efectuarse única y exclusivamente en Ginebra y previa audición de todas las
partes interesadas, ya pertenezcan a una u otra categoría de potencias.
Juan Aramburu; 24 de marzo de 1933.
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