El Ministerio de Comunicaciones fue organizado y
suprimido en pocos meses; y ahora se trata de restaurarlo. Tendremos pues, un Ministerio
más. Otro complicado artilugio oficinesco en la complicada y gigantesca máquina
del Estado. No vamos a cargarle la responsabilidad ni al Gobierno ni al
régimen; la culpa, si es que se trata de culpa, corresponde a la tendencia de
los tiempos. Comparado el número de Ministerios que hay en nuestra nación con
los de Francia, resulta a nuestro favor una considerable economía. Pero el
impulso burocrático que está desarrollándose en España avanza con mucha fuerza,
y si continúa así puede llegar el momento en que no tengamos que envidiar a los
países más oficinescos.
Tanto discutir sobre el Comunismo, y sucede que al último
nos dirigimos a un sistema en que el Estado recaba la intervención de todos los
asuntos de la vida social. Y en que todos los ciudadanos aspiran a encajarse
dentro de la enorme máquina burocrática. De este modo puede ocurrir que la
población entera se componga de empleados que revisan, vigilan y anotan el
trabajo de los productores; pero los productores se convierten a su vez en empleados,
sometidos a la burocracia de las organizaciones obreras. Si añadimos que los
propios labradores, en algunas provincias pretenden cultivar las tierras colectivamente,
tendremos una situación que no se diferenciará demasiado de la que impera en
Rusia.
Hasta el hombre ése que abre la portezuela del taxi, sin
que nadie le haya llamado, se cuida de calarse una gorra galoneada. También él
quiere ser funcionario público. Le resulta humillante el pedir simplemente una
limosna, y su cazurronería de gandul, le inspira la idea de ponerse una gorra
con visera y galones para que nadie tenga que decir que no está cumpliendo una
función oficial y necesaria. Después de todo, ¿son más indispensables muchas de
las funciones que realizan los funcionarios verdaderos, los empleados por
oposición que nutren el gigantesco ejército de la “paperasserie” nacional?
No es extraño que haya nacido una curiosa e importante
industria: la de las oposiciones. La crisis de los anuncios que afecta a los
periódicos de la capital se ve hoy mitigada por el número creciente de academias
preparatorias que ofrecen empleos a los jóvenes en estado de merecer. Las
oposiciones menudean, las academias preparatorias se multiplican, los nuevos empleos
surgen en las páginas de la “Gaceta” cada semana, y llegamos a un momento en
que pensamos con terror que el país entero se va a convertir en una oficina llena
de reglamentos, escalafones y plantillas de sueldos. Lo admirable y
sorprendente es que al fin del año la Hacienda pueda salir con mediano éxito de
su gigantesco compromiso.
Esto significa que la Organización va perfeccionándose
como la más cuidada y prestigiosa ciencia de los tiempos modernos. Durante la Guerra Europea fueron los alemanes quienes propagaron el culto de la Organización: se les envidiaba el orden meticuloso y eficaz con que sabían
sacar el máximo partido de los hombres y las cosas, y todos los pueblos se
lanzaron a querer imitarles, sin comprender que había algo en la Organización
alemana que no se podía copiar por depender de motivos muy profundos, raciales
o morales.
También a España ha llegado el nuevo culto, y no hay duda
que por lo menos en la parte externa hemos progresado extraordinariamente. Una
oficina pública es inmensamente más decorosa que antes, y los empleados
presentan un aspecto mucho más educado y elegante. Las máquinas de escribir,
los teléfonos, los ascensores, los timbres, los radiadores de la calefacción;
todo eso inspira respeto a las personas que han tenido ocasión de alcanzar la
época de las castizas oficinas con un brasero en medio y unos tristes empleados
bostezando delante de las obleas y el balduque. Hoy todo eso se está
americanizando o alemanizándose casi completamente. Somos también nosotros un
país de Organización... Lo malo es que los descontentos dicen que nunca se ha
visto la nación tan desorganizada.
¿Es porque se confunde la Organización con la
complicación? Una burocracia complicada, si le falta verdadero espíritu de fervor
y de disciplina, puede concluir por aplastar con su peso y su enredo a un país que
estaba necesitando precisamente lo contrario, o sea agilidad, brío y activa y entusiasta
desenvoltura. Pero desde que el Estado desea tener una directa intervención en
todos los movimientos del ser nacional, la complicación de la máquina
burocrática no puede reducirse, sino agrandarse de una manera monstruosa. La
intervención es tan prolija, tan extensa, que uno concluye por esperar que
algún día tengamos que caminar con un taxímetro de bolsillo para dar cuenta en
el apropiado departamento municipal del número de pasos que hemos dado y las
calles y plazas que hemos recorrido. Y pagar el impuesto correspondiente, como
es lógico. He aquí una conjetura que parece broma y que puede, sin embargo,
suceder en la corriente actual de intervencionismo y burocraticomanía.
José M. Salaverría; España, marzo de 1933.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡SE AGRADECE SU APORTACIÓN A ESPEJO DE ARCADIA!