Suele repetirse esta pregunta: “¿Qué afinidades hay entre el Cine y la Literatura,
especialmente la Literatura Novelesca?” (No cuentan aquí los que emplean el
término “Literatura” para designar cuánto de conceptuoso ven en un film, o en
un cuadro. Para estos, la afinidad, “a priori”, no existe. Acaso, una
mixtificación; puesto que “Literatura” es para ellos una especie de salsa a la
que acuden los faltos del buen trozo de carne; algo que disimule la falta de “sustancia”
del plato artístico.)
¿Será preciso repetir que todas las artes se dan la mano, que es inútil
encerrarlas a piedra y lodo en pabellones incomunicados? Quien entre en
cualquier museo se encontrará con la mitología, con la épica, con todas las
manifestaciones del espíritu, sin olvidar la geometría. Aún en los museos
puramente “científicos” se tropezará con prodigios de línea, de color, con
proporciones, con ritmos, con destellos de imaginación creadora que no faltan
aún en los pueblos más salvajes. La poesía puede venir a nosotros lo mismo por
el Cine que por la música, la pintura, la anotación literal o la piedra. Al
hablar, pues, de afinidades del Cine con la Literatura (con el arte de escribir)
será preciso confesar que todo buen film es, puede ser, además, buena Literatura.
Ya que se supone a los dos un denominador común: la Poesía.
La Poesía es el género supremo que abarca todas las artes. Ella tiende
su fina red entre unas y otras. Y no siempre los que pretenden ofrecérnosla en
verso, resultan los más afortunados. La Poesía es superior a todas las artes.
Como, para el buen Cristiano, todos los hombres son sus hermanos en Cristo, el
buen Arte fraterniza con todas las demás en una madre común: la Poesía.
En cuanto a la Poesía Épica, es decir, a la Novela, las afinidades son
bien claras. ¿Qué buena película no podría minuciosamente relatarse? ¿Qué buena
novela no podría convertirse en film? Claro que esta segunda interrogación no
podría ser contestada rotundamente. Habría que separar del texto novelesco
algunos “estados íntimos” de dudosa realización cinematográfica. Hay sutilezas
conceptuales que jamás podrían trasladarse a la pantalla. ¿Cómo filmar “Adolfo”?
¿Cómo trasladar a la pantalla los mejores capítulos de “Lo rojo y lo negro”?
Pero esto es ya aludir al “especialismo” de cada zona artística, y aquí
hablamos de esa temperatura general, la poética en la que todas las zonas
pueden coincidir. Entre las letras y el Cine puede establecerse un intercambio
de temas y de hallazgos poéticos muy considerable. “Amanecer” era un poema, de
quien un excelente literato hubiera transcrito un diluvio de imágenes. “Muchachas
de uniforme” está rozando los confines de la novela “integral” humana... La
enumeración podría alargarse; no mucho, puesto que la buena producción cinematográfica
no fue muy abundante.
Y no puede negarse la influencia del Cine en la Literatura contemporánea.
Porque toda invención del espíritu dejó y dejará siempre sus huellas en el arte
de escribir. La Literatura debe aguzar sus oídos para recoger la más tenue
palpitación de cualquier nueva realidad humana. La buena Literatura sólo es tal
cuando persigue, hasta sus últimos reductos, cualquier realidad recién
descubierta. Vive de expresar el mundo interior y exterior al hombre. Vive de
la vida universal, multiforme, diversa en climas y tonos.
Cuanto en la Literatura, como en el Cine, no es vital, podemos
considerarlo como inútil. Podrá divertir alguna vez, pero a la larga será
preciso desdeñarlo, arrojarlo al rincón de juguetes que ya nos aburren. Como
hace con los suyos el niño. Y el sabio. Porque hay un arte que, en lugar de
buscar sus verdaderos perfiles a la vida, los deforma, los pone en ridículo,
presenta una vida inflada, grotesca, que se rompe cómicamente en el aire, ante
las carcajadas de los espectadores.
Y como las letras, también el Cine puede servir de instrumento
pedagógico. Puede hacernos soñar, pero también puede hacernos conocer. Y
conocer las cosas más útiles y, en apariencia, superficiales. El Cine puede ser
una escuela de buenos modales, como puede ser un peligroso foco de cursilería y
falsos modos de vivir.
Desde luego, hay un Cine (que algunos infelices creen fraguado a base de
“las cosas que pasan”), donde todo lo que ocurre en la pantalla es mera
repetición de hechos convencionales, que se supone corresponden a una realidad
doméstica cualquiera. Repetición del folleo que se acaba de recortar en el
periódico. Vida falsa, vida pergeñada, no según experiencias, sino según
modelos retóricos lamentables. El Cine cometió muchos de estos delitos de lesa
humanidad. No le ha faltado argumentos extraídos del Rastro literario. El Cine
que pudo realizar una alta labor de exaltación humana, frecuentemente realizó todo
lo contrario. Ha traído mucho bueno, pero también mucho de absurdo, de inútil
cuando no francamente perjudicial para el desarrollo de los jóvenes espíritus
que acuden a él ingenuamente.
Algo muy lamentable, sobre todo si tenemos presente el magnífico
porvenir del Cine y su ineludible deber social, que es, ante todo, la
perfección humana, la eliminación en la vida del hombre de todo lo falso y estéril,
de cuanto en él propenda a momificarse, a petrificarse, a convertirse en
historia inánime. El hombre es un organismo inteligente en marcha hacia una más
perfecta realización.
El Cine por su poder de sugestión debiera ser instrumento de una labor
educativa de las gentes poco educadas y educables por otros medios de mayor
exigencia cultural. A las gentes se puede hoy llegar quizá mejor por medio del Cine; hoy que está en decadencia la palabra ardiente y sospechosa. Está en baja
la elocuencia, pero sube perennemente el valor de la imagen. El Cine, sembrador
de imágenes, por tanto de símbolos, golosinas eternas del hombre, será
probablemente el mejor educador del hombre futuro.
Benjamín Jarnés; 31 de mayo de 1933.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡SE AGRADECE SU APORTACIÓN A ESPEJO DE ARCADIA!