Cerca de
Utrech, no lejos de la frontera alemana, en una de las regiones de bosques más
pintoresca de Holanda, se encuentra situado Doorn, la residencia donde el
Kaiser del Imperio alemán vive su destierro. Desde Amersfoort puede hacerse el camino
hasta Doorn en tranvía, en poco más de una hora. Es un camino festoneado de
pequeñas chalets de estilo holandés, que comienzan ahora a habitarse con las
familias de los comerciantes de Ámsterdam y Rotterdam que se refugian aquí,
entre árboles, huyendo del calor de los Pólderes holandeses. Aunque Doorn es
una villa con unos seis u ocho mil habitantes, en Amersfoort le llaman
Casa-Doorn, refiriéndose a la casona de Wilhelm II.
Como la
mayoría de las villas holandesas, Doorn no tiene calles ni plazas; las casas se
pierden entre árboles, jardines y praderas, separados de los caminos por una
pequeña valla de hierro que llega apenas hasta la rodilla de un hombre, “lo
suficiente para que una vaca no pueda saltarla”. Sólo una casa las tiene más
altas, tan altas casi como un hombre. Es la finca del ex Káiser, comprada a un
aristócrata holandés en 1918, cuando el ex Káiser se vio obligado a abdicar
huyendo al extranjero. En torno a ella ha ido desarrollándose un núcleo
comercial. Hay cinco hoteles con una cabida de cien habitaciones, algunos
comercios que venden fotografías y otros recuerdos de Doorn, cafés y vendedores
de refrescos.
Durante
los primeros tiempos de exilio, el ex Káiser recibía frecuentes visitas de Alemania
y de otros países, amigos políticos, especuladores, periodistas. Los hoteles estaban
casi siempre llenos y los vendedores de recuerdos de Doorn hacían buen negocio.
Después vinieron años de calma. A Doorn llegaba sólo de vez en cuando algún que
otro antiguo fiel y campesinos curiosos de los alrededores, con sus trajes de
domingo. Mas, ahora, ha vuelto otra vez a animarse Doorn: visitantes,
mensajeros, curiosos, periodistas, van y vienen de nuevo. Todas las gentes a
quien uno encuentra en el camino, en el hotel, en el tranvía, le preguntan a uno
si es periodista, e inmediatamente comienzan a contarle cosas, como si esta
fuera la obligación de los habitantes de Doorn:
“El ex Káiser
tiene ya las maletas preparadas. Sólo espera una señal de Alemania para partir.
Todos estos días vienen aquí señores muy importantes de Alemania para hablar
con él. Se dice que ha conferenciado por teléfono con Hitler. Muchos de los
criados están ya en Alemania. Cada nuevo día que no llega la señal, el ex Káiser
muestra más acentuada su impaciencia”.
He tenido
que dormir en Doorn para ser recibido al día siguiente. Por principio el ex Káiser
no recibe a ningún periodista. Pero el Mariscal me dijo cuántas eran "las simpatías
que Su Majestad siente por España" y puso a mi disposición un “oficial de S. M.”
para que “me enseñara el parque y la finca y me explicara aquello que yo
desease sobre la vida de S. M. en Doorn”. Eran las diez de la mañana de un sábado
y continuamente llegaban gentes a la portería solicitando entradas para visitar
la rosaleda al día siguiente, el primer domingo que debía abrirse este año. La
entrada cuesta 50 céntimos holandeses. Pero la rosaleda a la que tan caro
cuesta entrar está cuidada por las mismas manos del ex Káiser, las manos que
antes empuñaron el cetro más poderoso del mundo.
A la
finca se entra a través de una casa que es una especie de casa guardia, donde se
encuentra la policía personal del ex Káiser. Desde que en octubre un joven
alucinado quiso atentar contra la vida del ex Soberano, la vigilancia se
realiza con mucho más rigor. En medio de la finca, rodeada por un estanque de
agua, está situada la casa en que vive Wilhelm con su esposa, la Princesa
Hermine, y las hijas del primer matrimonio de ésta. Es una especie de casona
montañesa, sencilla y humilde, cubierta de hiedras.
Frente a
la casa, en una pradería, se encontraba el propio ex Káiser, en pelo, con un
traje de sport, cargando hierba en un carro. Aunque había bastante distancia entre
el punto donde yo me encontraba y el centro de la pradera donde el ex Káiser trabajaba,
daba la impresión de moverse con absoluta soltura y elasticidad. La barba, que
se ha dejado recientemente, y el pelo, han adquirido una blancura de nieve. En
el mismo momento en que presenciaba como el ex Káiser cargaba su hierba,
atravesó, por delante de nosotros, la Princesa Hermine, montada en bicicleta y
seguida por una de sus hijas. Diariamente - nos dijo el oficial -, el ex Káiser trabaja
dos horas en la finca y la Princesa, mientras tanto, pasea en bicicleta.
El ex Káiser
tiene cinco o seis automóviles, pero apenas si él mismo sale de viaje, “como no
sea para visitar algún museo en Ámsterdam”. He querido ver la biblioteca, pero
no me ha sido posible. Le he preguntado al oficial qué es lo que leía el ex
Soberano, pero no pude obtener una contestación concreta. A mis preguntas sobre
la opinión del ex Káiser en torno al Nacional-Socialismo, ha respondido siempre
con contestaciones evasivas. En una especie de bazar “con artículos alemanes” que
la Princesa Hermine ha establecido dentro de la finca de Doorn, para venderlos a
buen precio a los turistas, pueden encontrarse muchos libros alemanes de sentido
conservador, libros sobre los nuevos problemas de Alemania, toda la literatura sobre
el ex Káiser, etc., incluso sobre Rusia; en cambio, ni un sólo folleto sobre el
Nacional-Socialismo. Yo le he hecho notar esta anomalía al oficial, y no supo qué
contestarme.
Me ha
dicho que el ex Káiser oye con toda atención la radio alemana, que ha oído
todos los discursos de Hitler y de los demás Jefes Nazis, que el día primero de
mayo todos los habitantes de la Casa de Doorn han oído por radio el desarrollo de
la fiesta en Tempelhof. Me preguntó a mí si yo la había visto y qué impresión me
había hecho, y luego, dijo: “No pasará mucho tiempo antes de que nosotros podamos
presenciar también semejantes actos, no por radio, sino en su propia realidad”.
Automóviles
comenzaban a entrar y salir de Doorn, nuevas impresiones, nuevas noticias, el
último periódico de Alemania. El teléfono funciona ininterrumpidamente. Los
criados se mueven con un nerviosismo impropio de los criados de un desterrado. Indudablemente
en Doorn ha vuelto a renacer la esperanza. Los campesinos holandeses que le
hablan a uno de los “baúles preparados”, no han recogido sus palabras del aire.
Pero en
la Cancillería de la Wilhelmstrasse no contestan.
Augusto
Assía; Doorn, mayo de 1933.
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